Newsletter
o
d
e
o
2
1
8
2
de Júlia Peña
19th - 21th September
C/ dels Codols, 16 08002 Barcelona
De aquel origen no hay palabra ni recuerdo codificado. A lo sumo, un niño fantasea ante mí: “estaba calentito, húmedo, oscuro... pero no del todo”. Nos queda la memoria del cuerpo, que ha guardado algunos restos de esa estancia y se coloca en posición fetal cuando algo va mal.
El útero, velo común y de no-retorno, se ofrece distinto en cada caso. Hay úteros removidos, úteros recogidos hacia dentro para que la criatura todavía no salga y úteros divinos, serenos como el mediterráneo, que es un mar para niños. Entonces, ¿Y si en función de cómo hayamos vivido el útero, vivimos luego la vida?
Lo único universal de la experiencia intrauterina es la entrega: nadie llega a existir sin otro cuerpo. Sin embargo, es precisamente una separación la que nos arroja al mundo. La vida empieza con ese corte. Aparece el ombligo. ¿Acaso es esa cicatriz la que nos condiciona a la desconexión? Desde ahí, lo que nos formó —la vulnerabilidad y la dependencia— parece que queda relegado, casi demonizado.
Tal vez toda existencia no sea más que un intento de lidiar con esa pérdida y sobrellevar el exilio. Puede que el deseo de que nos adentren sea un intento de recolocar el cordón umbilical. Volver a estar empalmado a otro cuerpo. Quizá todo lo que buscamos responda al mismo impulso de regresión. Probablemente lo que da sentido a la vida no es lo que recordamos, sino lo que intuimos.
Úter es una oportunidad para indagar en la propia vivencia uterina. Úsala como canal. Entra descalzo y siente aquello que no recuerdas.
Texto de Natalia Risueño